martes, 12 de agosto de 2014

Y se hizo la luz...



Después de un parto traumático, estaba de vuelta en casa con una hermosa pequeña quien se sonreía por reflejo a sus cortos días de vida pero que para mí eran como soplos de vida en un momento crucial en el que la depresión postparto se apodero de mí.

Larguísimas noches entre pañales, llantos, caminatas nocturnas arrullando a ese nuevo ser el cansancio que me atormentaba, reclamos y desprecio a mí alrededor, condiciones médicas que yo no había escuchado nunca y un miedo irracional a casi todo lo que estaba entorno a mí era la tónica de aquel momento de mi vida.

Fue el momento en que el que decidí poner mi vida en orden y retomar las riendas como método de supervivencia, lo primero que me propuse fue “educar a mi bebé” y lo que tenía en mente en ese momento era hacer de ella un bebé como muñeco, de esos bebés que no lloran por nada, de los puedes dejarlos en la cuna, el corral, el columpio, etc. por largos periodos de tiempo y no dicen ni pio, de los que toman biberón con leche de formula así mamá ya no es tan indispensable en la vida del pequeño puesto que cualquier otra persona puede ocupar ese lugar y me imaginaba ir moldeando su personalidad en torno a la bebé perfecta que no da problemas que cuando llega la noche la pones en la cuna le das un besito y se duerme sola en una habitación apartada, que deja el pañal al año y un montón de cosas que creo yo vienen a nuestra mente debido a un estereotipo difundido por grupos altamente feministas, los medios de comunicación y sin duda acogidos por nosotros quienes tenemos responsabilidad compartida en adoptar estas tendencias que vemos en programas sobre niñeras estrellas que llegan a salvar el hogar de niños “malos” que lloran y patalean cuando es evidente que lo único que desean es atención, pero que también nos va metiendo en la cabeza que ese es el prototipo de bebé y niño ideal el que duerme toda la noche de seguido sin llorar, el que no molesta a mamá y juega solito en su corral, que toma biberón (solo si es posible), que se come toda la papilla entre juegos del avioncito.

Me propuse hacer eso, dejar a mi bebé que llore desconsolada y yo amarrándome el instinto de correr a cogerle pero no lo hacía por aquello de “se va acostumbrar a los brazos” de esa manera crie a mi primer hija y parecía que todo andaba bien.
Pero no funcionaba, yo estaba cada vez más estresada los llantos me provocaban dolor, mi corazón se desgarraba y un sentimiento de culpa me invadía por sentir que no era capaz de adiestrar a mi bebé y hacer de ella la bebé “ideal”.

Una condición llamada reflujo se hizo notar, mi niña vomitaba el 50% de lo que ingería si no era más, era una bebé delgadita y algo enfermiza, la recomendación del doctor fue que le diera el pecho en varias tomas cortas que le pusiera una almohada de modo que este semiacostada para evitar el vómito y se redujera el peligro de muerte por ahogo esta era una situación que rebasaba mis límites, sentía que no la podía controlar.
Continuara…

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